Nada más bajarnos del autobús, lo primero que nos inundó fue -¡uhmmmmm!- un delicioso olor que, rápidamente despertó el apetito de todos los que allí estábamos.
Tras una interesante charla, nos colocamos un poncho y un gorro, y comenzamos el recorrido por el interior de la fábrica entre magdalenas que subían y bajaban, bizcochos kilométricos bañados por interminables lluvias de chocolate, palmeras que entraban por enormes túneles de horneado y viento, rellenos de cremas y azúcar que caían por laberínticos tubos transparentes...
Cuando la boca ya se nos hacía agua, la concha de chocolate que nos ofrecieron tuvo un rápido final feliz en nuestros impacientes estómagos.
Finalmente, nos convertimos en unos reposteros aventajados y decoramos al gusto de cada uno unas magdalenas de lo mas apetitosas, a base de distintos chocolates, lacasitos...
Tras recoger nuestros premios y obsequios, regresamos a casa con un estupendo sabor de boca.
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